Sama al horno

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San Andrés, el barrio pesquero, ha cambiado mucho. Aquel día, Luis y yo parecíamos dos anticuarios buscando reliquias.

Entramos en Casa Alfonso. Tiene unas mesas junto a la barra pero, si conoces el bar, encuentras un patio interior delicioso al fondo del pasillo. Un ficus inmenso da sombra a todas las mesas y en las paredes aún quedan algunos recuerdos marineros de la antigua decoración. Es que Casa Alfonso tuvo una época muy animada, pero llegaron los modernos restoranes con sus frigoríficos acristalados para el marisco y todo se acabó. Como dicen ahora, vender simplemente pescado de playa no está in.

Comimos bien. Una sama al horno para los dos, papas arrugadas y mojo cilantro. Hasta que nos sirvieron: cerveza, queso blanco y churros de pescado. Comida casera.

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MIR, Jaime. El caso del cliente de Nouakchott. Oristán y Gociano, 2011

Y como no he encontrado ninguna receta en vídeo de la sama al horno, tendrá que ser «a la espalda»

Marmitako

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Inés quería hablarme de su visita a los juzgados de Las Palmas. Le expliqué que tenía invitadas y le propuse que viniera a almorzar, que le prepararía algo rico. No hacía falta que trajera nada. Solo hambre y noticias sobre mi cadáver favorito: Guillermo Socas. Cuando colgué, la chiquilla preguntó qué significaba cadáver y la abuela en qué líos andaba yo si se suponía que estaba bajo arresto domiciliario. No eran preguntas fáciles. En ambas tocaba mentir o, al menos, tirar de imaginación para disfrazar la verdad. Todo con tal de evitar que nieta y abuela se espantaran, una por el significado de cadáver y otra por el atolladero en que me había metido a espaldas de su marido.

Susana lo dejó correr y se ofreció a ayudarme con el almuerzo, en un pispás prepararía comida para Inés y para mí. No era que desconfiara de mi pericia en los fogones, sino que prefería que yo siguiera charlando con su nieta, me iría bien olvidarme de crímenes y enredos por un rato mientras ella probaba a hacer milagros con lo que había comprado en el mercado. Suerte que no había desechado la cola y la cabeza del besugo porque iba a cocinar un marmitako para chuparse los dedos. Se le notaban las mañas de mandar y, si todo un inspector como Gervasio Álvarez se achantaba en la cocina delante de ella, yo, un pelado, un detective nostálgico, no iba a conseguir que se bajara del burro.

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CORREA, José Luis. El detective nostálgico. Alba, 2017