Bobik

(…)

—¡Bukarovski! —gritó Bukarovski al teléfono, y después continuó mirando a Porter con cara de pocos amigos—. Deje aquí los papeles y baje a las naves —le ordenó—. No es a ti —añadió, hablando por teléfono entre toses espasmódicas—. Dígale a Yura que le haga una prueba con un Kama cincuenta y que después me llame. El cincuenta, ¿estamos? Pevek, ¿se puede saber qué diablos ocurre ahora?… Eh, usted —le dijo a Porter— coja un bobik.

—¿Un bobik? —repitió Porter. Para él un bobik era un terrier.

—Pues ¡ahora te lo digo yo a ti! ¡Estoy harto de tus problemas, ya tengo suficiente con los míos! —gritaba el jefe al teléfono—. ¡Y también estoy harto de hablar de ellos! —Rebuscó en un manojo de llaves y le lanzó una a Porter—. Dale el libro —le dijo a la mujer que tenía sentada enfrente.

Porter miró la llave y el libro que le pasó la mujer. Ella le dijo dónde tenía que firmar: junto a un número. Firmó como N. D. Jodian y salió de la oficina dejando atrás el griterío.

Ya en la planta de abajo, cruzó el vestíbulo abriéndose paso entre la gente, y al llegar a la puerta le preguntó a un tipo:

—¿Dónde puedo conseguir un bobik?

—En la parte posterior del edificio, justo ahí detrás.

El número junto al que había firmado era el mismo que figuraba en la llave, una llave de coche. Dio la vuelta al edificio y encontró los vehículos, aparcados en una nave que tenía la puerta abierta. Había cuatro o cinco camionetas y varios todoterrenos. Allí no había nadie. Fue examinando los números de las matrículas y encontró su bobik: era uno de los todoterrenos, uno cerrado y fuerte, muy cuadrado y feo, como un tanque pequeño. Los neumáticos daban la impresión de estar medio desinflados. Rodeó el coche, presionándolos con el pie, y advirtió que todos los vehículos que había en la nave tenían los neumáticos a medio inflar. Resultaba evidente que era algo intencionado.

Se subió al todoterreno, buscó el contacto e introdujo la llave. El motor arrancó al momento, con un rugido áspero y grave. Allí dentro estaba oscuro y no veía el tablero de mandos. Manoteó con la palanca de cambios y consiguió que el coche se moviera y saliera de la nave en busca de más luz. Entonces vio que el tablero de mandos no mostraba nada, de hecho, no había tablero de mandos, tan sólo un velocímetro, un interruptor para los limpiaparabrisas y ya está. Tenía que haber otro para las luces, pero no logró encontrarlo. Sin embargo, el vehículo contaba con un sistema de calefacción muy potente y un motor muy sensible, que nada más acelerarlo reaccionaba emitiendo un ladrido que daba gusto. A eso se debería el sobrenombre. Enseguida se hizo con el «terrier» y consiguió que avanzase hasta la parte de delante del edificio. Un hombre estaba saliendo en aquel momento y Porter lo llamó por la ventanilla.

(…)

DAVIDSON, Lionel. Bajo los montes de Kolima. Salamandra, 2016

La imagen es de la Wikipedia