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Se aseguraba, también, que en Alicante se había ejecutado a José Antonio Primo de Rivera, no se sabía si en represalia por lo de Durruti, en cumplimiento de una pena o porque alguien consideró que la muerte de su fundador minaría la moral de la Falange, que formaba el espinazo de las fuerzas enemigas. Un cacareador explicó que se había desbaratado, además, un complot urdido por elementos facciosos andaluces que pretendían asaltar la prisión y rescatar a José Antonio. El comando lo formarían jóvenes falangistas fogueados, dinamiteros asturianos y, ¡asómbrense!, Paulino Uzcudun, el campeón de boxeo y antiguo aizcolari, que echaría abajo a hachazos aquellas puertas que la prudencia aconsejase no volar por los aires. No sería de recibo salvar a Primo de Rivera del paredón para aplastarlo bajo varias toneladas de cascotes.
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IBÁÑEZ, José Luis. Nadie debería matar en Otoño. Madrid: Espasa Calpe, 2007. p. 247