Qué vida, Plinio?

De la misma forma que cuando leo alguna novela protagonizada por Harry Bosch la música con la que mi cabeza acompaña la lectura es el jazz, o el rock cuando el protagonista es John Rebus, ya me he acercado a unos cuantos relatos protagonizados por Plinio, y siento que al ojearlos me acompañan las botellas de anís percutidas a ritmo por una barra metálica, el runrun de las beatas rezando el rosario o el cruce de conversaciones y el olor a tabaco y alcohol de los bares de pueblo. Sonido Plinio.

E igual que oigo estos sonidos cuando leo a García Pavón, pienso (y siento) en un país antiguo y rural que creo ha de ser bastante desconocido y lejano para bastante gente a la que ya le suena a viejuno lo de aquella muchachada que pasó por donde se hace la ley al grito de que aquello no lo iba a reconocer ni la madre que lo parió. Y a fe que lo consiguieron, bien por su trabajo o porque los tiempos venían así dados.

Un país en el que hasta hace cuatro días eran los animales los que trabajaban el campo y en el que cada pueblo era un mundo en sí mismo. Un mundo cuyas fronteras la marcaban los mugarris de la “jurición”. Un país en el que quedaba aun mucho para que el discurso de la globalización arrinconase al de la autarquía, y así, mientras los primeros coches iban dando brincos por carreteras abolladas e imposibles, los americanos estaban a punto de tocar la luna con los dedos.

Leo a Plinio y en el pentagrama vienen notas de romance y de jota antigua. Banda sonora de saxo alto que el músico hace tremolar gustándose mientras interpreta un pasodoble torero o encadena jota, fandango y arin-arin ….y sin embargo, veo a muchos de los personajes que aparecen en las novelas de Plinio en personas que han sido o son parte de mi vida.

Leo a Plinio y me imagino a mi abuelo Dativo, hombre de “Dios, Patria y Rey”, paseando por parecidos caminos y saliendo a cazar, o emerge de la nada el recuerdo de una jefa de estación del vasconavarro que se llamaba Leonisa y que era mi abuela. También veo a un mozo que se hace llamar Pedro cayéndose de un árbol en Sanfermín.

Leo a Plinio y pienso en Manuel “dios mediante”. ¿Quién sino él podría llevar con dignidad un uniforme con sable incluido?. Y veo a la Eugenia, y a la Vitorina, antes de encontrarme al doblar la esquina con Eliseo y Dionisio que se disponen a preparar leña para el invierno. Antes, he leído en Plinio algo que ha hecho que me encuentre con Vitoriano y el tío Agustín, que como siempre han respondido con el incontestable “bienytú”, a mi predecible “quétal” mientras me tendían una mano que son dos mías.

Leo a Plinio y también veo a chiquillos corriendo por el campo tras haber esquilmado algún frutal ajeno o simplemente jugando a tres navíos en el mar…. o emulando a los saltadores de trampolín desde un árbol o una roca…  Leo a Plinio preparándose unas migas que yo cambio por un  plato de arroz cocinado por la Isabel o por la Mili con cangrejos del río Ega o del Ayuda.

Leo a Plinio y pienso en mis amigos los agrarios, que a veces no ven muy claro eso de que un camello pase por el ojo de una aguja pero cuando la ocasión lo requiere te aparcan en el mencionado espacio la cosechadora. O si les dices “que igual no cabe”, la máquina de sacar remolacha, pelín más grande, al grito de “inorante!!”.

Leo que Plinio se está echando un trago de vino con don Lotario y me vienen a la memoria imágenes de los fidelios; Eduardito gritando que viene de caer un par de árboles mientras que el Ciri y Javi han salido de allí chospando; Elvirita afirmando que qué majo el albaitero; la Cule comentándole a Myriam que tiene los labios nidrios y la Yuyu preocupada porque su casa parece un zaborral. Mientras, Danielito es recriminado por lambión mientras que su alter ego, bocaseca, echa mano de la botella de London para rellenar el gintonic.

Si tenéis la ocasión, leed esta exquisita novela en la que hay sitio para todo, para el misterio, para la risa, para los cánticos…. donde la única matanza que vale la pena es la del cerdo y donde se nos cuenta una historia muy sencilla, casi ingenua… pero que nos la cuentan muy bien.

Leo a Plinio y me acuerdo de mi suegro Dionisio, que cogió hace unos días el hatillo y nos dejó, sin una mala palabra, sin un mal gesto y después de luchar contra la parca como un titán. Un hombre sencillo y un hombre bueno. Nada más y nada menos. Descanse en paz.

Francisco García Pavón

Plinio, casos célebres – El reinado de Witiza

Ediciones Destino, 2006

(Áncora y Delfín; 1058)


 

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